7 De Junio

  • 7 De Junio

    Resistí...

    Cortesía

    Resistí...

    Por Tres Seis Cinco MX el 07 de Junio de 2020
    Foto: Cortesía



    El periodismo no es concurso de simpatías. La historia de un reportero, acosado y hostigado por un Gobierno.


    Por: Ezequiel Lizalde Rodríguez
    Reportero de CPS Noticias

    La Paz, Baja California Sur.- “Escribir es una chinga”, era el título de una nota en un periódico nacional, que llamó poderosamente mi atención. Declaración de la escritora y periodista, Elena Poniatowska, el 25 de marzo del 2014, en la ceremonia donde recibió la Medalla Bellas Artes 2013.

    La expresión me quedó grabada para siempre. Hacía dos años que me había mudado a vivir a La Paz, para incorporarme a un periódico como reportero, a invitación del entonces director y aunque, de momento, fue difícil por estar lejos de la familia, el crecimiento profesional me motivaba.

    El primer año, las largas jornadas de trabajo me hacían recordar la frase de la escritora, me hacían reflexionar sobre el oficio de escribir. Sin pena ni gloria, cumplía a cabalidad mi labor informativa, sin otra ambición más que servir a la sociedad.

    Durante el año siguiente, me dediqué a la cobertura de los movimientos sociales en toda la media península, principalmente la oposición a los proyectos mineros. Sin querer, me convertí en un crítico de las políticas públicas de los gobiernos y su poca voluntad para resolver ese hartazgo social. Esa osadía me costaría lágrimas.

    Era agosto del 2016, el Gobierno del Estado, encabezado por el panista Carlos Mendoza Davis, anunció el cierre de la Casa del Estudiante Sudcaliforniano, ubicada en la Ciudad de México. Esta información generó reacciones en contra, tanto de los estudiantes, como de los padres de familia y sociedad en general, quienes se oponían a semejante ocurrencia.

    Por supuesto que atendí la cobertura, tanto de la parte oficial, como de los propios estudiantes, padres de familia y ex inquilinos de la casa.

    Durante el desfile del 16 de septiembre de 2016, poco antes de concluir, se reprimió una manifestación donde participaban padres de familia. Elementos de Protección Civil se enfrentaron a estas personas para impedir que marcharan, incluso los elementos de seguridad rompieron sus pancartas. Hubo fuertes jaloneos y mucha agresión por parte de los uniformados.

    Previo al suceso, inicié una transmisión en vivo a través de mi cuenta de Facebook, para mostrar a mis amigos, como normalmente hago, detalles de la actividad. Esta acertada decisión me hizo captar cada segundo de las agresiones de policías contra manifestantes, a quienes querían impedir su participación en dicho desfile deportivo-militar.

    Los videos lograron en cuestión de minutos importantes vistas y muchas reacciones de la sociedad en contra del Gobierno Estatal. Tomando en cuenta que 7 meses antes, el martes 2 de febrero del 2016, ese mismo gobierno, ordenó a elementos de la Policía Estatal Preventiva (PEP) y de la Policía Municipal de La Paz, desalojar a los pescadores de la Cooperativa Pesquera Punta Lobos en Todos Santos, que se encontraban en plantón como rechazo a las operaciones de la construcción del desarrollo turístico-inmobiliario “Tres Santos” de MIRA Companies, en la citada playa y por supuesto que le di cobertura a la agresión de principio a fin.

    Esta situación generó incomodidad a las autoridades, quienes de acuerdo al director del periódico, solicitaron que eliminara los videos del desfile, porque según ellos, los edité con el objetivo de favorecer a los padres de familia y dejar, como siempre, mal parado al gobernador.

    De inmediato rechacé la solicitud, con el argumento que era mi espacio personal en Facebook; y segundo, porque los videos no pudieron ser manipulados debido a que eran transmisiones en vivo.

    Éste primer incidente pasó inadvertido para mi. Pero no para los directivos de mi diario, en los siguientes días, comencé a notar una excesiva carga de trabajo y absurdas coberturas informativas. Comenzaron a agendarme eventos de extremo a extremo de la ciudad -9 de la mañana en el puerto de Pichilingue y a las 10 otro evento en la UABCS- eran tiempos difíciles. Entendí que buscaban hartarme para que renunciara.

    A la par de mi labor diaria, seguí publicando y opinando sobre diversos temas en mis redes sociales. La incomodidad creció en el Gobierno del Estado -me dijeron directamente-, “el gobernador está enojado contigo”. Las quejas a la redacción eran constantes y las llamadas de atención de la dirección por mis publicaciones, de pronto se convirtieron en amenazas. Parecía más importante para ellos lo que publicaba en mis redes sociales, que los trabajos en el periódico los cuales eran “suavizados” para no incomodar a nadie.

    En octubre de ese año, fui citado a una reunión con los directivos. La penúltima a la que acudí, se me planteó una serie de situaciones que buscaban limitar, de cualquier forma, mi derecho a la libertad de expresión y de informar a los ciudadanos. Pedí que la empresa tomara la mejor decisión conmigo y dejaran de hostigarme. El estrés y la incertidumbre comenzaron a afectar mi salud.

    Resistí a todos los intentos de censura. Insistí en que pararan y que tomarán su decisión porque comenzaba a afectarme la situación. Me notificaron que existía una amenaza, por parte del gobierno, de que si no dejaba de publicar o si no le bajaba, en represalia, retirarían el “convenio” económico con la empresa, situación que recalcaron, ponía en riesgo las finanzas de la empresa y por ende, la fuente de empleo de todos mis compañeros.

    Mi estrés creció, así como la preocupación y la impotencia. Ese grito interno de dolor y soledad se apoderó de mí, comencé a bajar de peso. El acoso laboral continuó y cualquier pretexto era motivo para regañarme y recibir fuertes llamadas de atención.

    El 24 de noviembre de 2016, durante una gira por Los Cabos, un ciudadano increpó al gobernador, quien se atrevió a cuestionarlo sobre los niveles de inseguridad que se habían registrado en ese municipio. “Nomás no me grites… no hay necesidad de que me grites” pidió Carlos Mendoza al ciudadano, este evento quedó registrado en un video que circula en redes sociales.

    Ese mismo día, en mi cuenta personal de Facebook decidí publicar “Nomás no me grites’ es la frase del momento...” Horas más tarde, recibí una llamada telefónica del número de la oficina para convocarme a una nueva reunión al día siguiente con carácter de urgente. No asistí.  Pasaron los días y fue hasta el 29 de noviembre que recibí una llamada del director desde su celular, en la que nuevamente exigía una reunión al día siguiente, no se podía postergar más y me advirtió: “ya basta de que me veas la cara de pendejo”.

    La cita estaba acordada a las 10 de la mañana, llegué temprano. En recepción había una hoja de renuncia en la que pude observar mi nombre. La secretaria me cuestionó del porque iba a renunciar, esta situación me alertó que la reunión no sería amistosa y así fue.

    La cosa no pintaba bien, una vez más se me advirtió sobre la molestia de las autoridades y la amenaza que existía sobre retirar cualquier participación económica, si no dejaba de publicar contra el gobierno.

    Expliqué que mis comentarios no eran engañosos, ni oportunistas, ni para golpear por consigna, ni con fines económicos. Era el retrato de la realidad y no inventos producto de mi imaginación, “y tú lo sabes”, le subrayé. Supliqué que toda esta situación terminara, porque como dije antes, me estaba generando problemas graves de salud y era momento de tomar decisiones.

    Me levanté de la reunión, antes de retirarme insistí que mi objetivo no es dañar a la empresa, pero tampoco estaba dispuesto a que coartaran y pisotearan mis derechos.

    Después de esta reunión, que duró cerca de media hora, el director me dijo que el reporte lo pasaría a la dirección general, donde se tomaría una decisión definitiva.

    Los días siguientes fueron terribles, no paraba el acoso y cualquier situación era un buen pretexto para el hostigamiento. Noches sin poder dormir, me estaba volviendo loco.

    Antes de concluir 2016, en la última quincena de diciembre, creí que llegaría mi liquidación, no fue así.

    Durante todo 2017, bajo una terrible depresión en la que caí, cada fecha de pago era la misma incertidumbre. Esperaba recibir esa llamada en la que me avisarían que estaba listo mi finiquito.

    El hostigamiento siguió y siguió. Para evitar más el deterioro de mi salud, acudí con especialistas para atender la depresión y en julio de ese mismo año, como regalo de cumpleaños, comencé un tratamiento para un problema en el oído que me ocasionó el estrés y la presión que por poco me hace perder la audición.

    Los problemas continuaron, el acoso y los malos tratos se extendieron, fui excluido de varios proyectos, pero no pudieron despedirme, me dediqué a trabajar y a ignorarlos.

    Para finales del 2017, seguía con atención médica y recuperándome emocionalmente. Entonces entendí que escribir sí es una chinga y te puede costar hasta la vida.

    Parte de esta historia quedó plasmada en el libro “Romper el silencio”, 22 gritos contra la censura, publicado en 2017. Es una recopilación de historias de varios colegas de todo el país que sufrieron de amenazas, hostigamiento y muerte.

    En Baja California Sur la historia fue redactada por el escritor y periodista Modesto Peralta, donde también retrata parte de una entrevista que le hizo al periodista Max Rodríguez, meses antes de que fuera asesinado.

    La empresa donde trabajé ya no existe, los directivos fueron despedidos y yo aquí sigo vigente, haciendo lo que me apasiona. Tengo pruebas de lo que comparto para Tres Seis Cinco, mi intención no es exhibir a nadie, por eso omití mencionar nombres y medios de comunicación. Soy un hombre de paz, feliz y sin rencor.

    El 7 de junio del 2019, mi trabajo contra la minería ganó el Premio Estatal de Periodismo en la categoría de video reportaje que otorga la Asociación de Reporteros Sudcalifornianos A.C. (ARSAC). Fue un regalo. Lloré y lloré de felicidad.

    El periodismo no es un concurso de simpatías, lo saben quienes lo practican con honestidad y valor. Defenderlo es defender a quienes lo practican con convicción.

    Como sociedad, debemos repudiar y combatir sistemáticamente cualquier intento por limitar la libre expresión de ideas, como sucedió en esta historia. Escribir es una chinga.